Pequeños desnudos. Aníbal García Rodríguez





Con esta cita: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa de Peligros”, en su edición de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo, en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero, Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que la vida te trate dignamente” y del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te trate dignamente.  / Que un mar sin nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre, en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro. Pero también existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos, imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,  del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños desnudos” el poeta retrata la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del poema “Soledad”: «Debo reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me gusta disfrutar la soledad.  / Porque la soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas, / sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes.
La mirada del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos “pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.    

Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
            Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014)