LA VOZ AUSENTE de José Antonio Santano, por ALFONSO BERLANGA


La voz ausente (Salobreña, 2017) de José Antonio Santano

Se trata de un segundo alto en el camino en la dilatada y rica producción poética de su autor, ya que es un libro homenaje a su padre en recuerdo de su muerte. El primero de similar temática es “La piedra escritaen recuerdo a la muerte de su cuñado. Esta elegía, en la que el poeta alterna una prosa poética y un poema, 13 textos de cada modalidad, -número, por otra parte, maldito-, y dos epitafios, es una perfecta sinfonía en la mejor tradición de la literatura mortuoria española, desde Jorge Manrique –“Coplas a la muerte de su padre”- pasando por la Miguel Hernández y su famosa “Elegía” por la muerte de Ramón Sijé o el conocido “Yanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca, por referirnos a los más conocidos. Pero también están presentes como referentes en esta obra otros como “El Cristo de Velázquez” de Miguel de Unamuno, las “Elegías” de Juan Ramón Jiménez, la “Elegía para mi muerte” de José María Valverde o las dedicadas a la muerte de Federico García Lorca de la mano de otros tantos poetas como Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Emilio Prados, Concha Méndez, Salvador de Madariaga o Luis Cernuda o la más reciente “Elegía a la muerte de mi padre” de Rafael Adolfo Téllez. Sin embargo, sólo Jorge Manrique y Santano coinciden en dedicar un extenso libro exclusivamente a la memoria del padre, aunque desde sentimentalidades poéticas muy diferentes. En todo caso, la obra de Santano es mucho más que una elegía a la muerte del padre, ya que son más importantes la tensión dramática del contínuo diálogo hijo-padre y la tensión sentimental amor-desamor que el poeta refleja.
La estructura del libro es bien simple, pero no por ello menos acertada: una prosa que, en parte, sirve de anuncio y de introducción reflexiva al poema que le sigue en el que se precisa o se desarrolla lo enunciado. Y así hasta trece veces dobles, 13 prosas y XIII poemas, más II Epitafios a manera de conclusión, que bien podrían titularse “Escribiré tu nombre” y “Escrito está tu nombre” respectivamente.
En el propio título están condensadas las dos constantes de la obra: “la voz” del padre, siempre presente en todos los momentos del día y de la noche y en todas las estaciones del año y siempre deseada, pero a la vez siempre añorada y “ausente”. Esa tensión emocional entre el deseo de la voz, del cariño de la palabra, y su ausencia, que es también la ausencia permanente del padre, resume perfectamente el combate dialéctico entre el poeta y su padre, que es el tema del libro y que, a manera de una larga carta que, como bien matiza José María Muñoz Quirós, en el prólogo de la obra, “(y no podemos dejar de acordarnos de Kafka) se interioriza en un postulado poético de enorme eficacia”.
Se trata, además, de una obra otoñal y no sólo porque en esa época –octubre- se produce la pérdida del padre, sino porque toda la obra respira a otoño y atardecida, pero sobre todo a silencio, otra de las constantes de la obra del autor y todo ello enmarcado en la casa, la casa en todas sus formas y maneras. Otoño, silencio y casa como tres motivos temáticos presentes en casi todos los textos de este libro. Así, desde casi el comienzo de la obra aparece el otoño personificado como si se tratase de una trasmutación de la voz del padre que se va justo en esta estación del año. En otras ocasiones, es el otoño el que marca el paso del tiempo, como si no existiera otra estación que la de la muerte del padre o personificado en octubre fenece como el propio padre, hasta cerrar, incluso el libro en los dos epitafios en “octubre otoño” . Lo mismo sucede con el silencio que desde las primeras palabras de la obra ya marca el clima que la caracteriza, ese silencio polimórfico que para Santano es una constante en toda su producción. Al igual que la casa, siempre en silencio por la tristeza y por la incomunicación, símbolo de la muerte, está abierta para que llegue y se cierra tras haberse producido; de ahí sus heridas, el infierno, el vacío y el luto, pero también el anhelo del niño que quiere que su padre regrese a esa otra casa blanca y luminosa que sueña.

Dice José María Muñoz Quirós en el Prólogo de la obra que es un regalo de inmensa eclosión lírica. Pues bien, cómo lo consigue el autor? Veamos:

-El tono del libro: nostalgia, soledad y ausencia. Nostalgia angustiosa de lo que pudo ser y no fue. La permanente añoranza de la voz del padre. El deseo vehemente del amor paterno. Pero todo es ausencia infinita. Ausente la voz, los ojos, los labios, las caricias y hasta la imagen misma del padre. De ahí la tremenda soledad del poeta/niño, del poeta/adolescente y del poeta/hombre y el dolor por la pérdida.

-La tensión dramática diálogo padre/hijo. “Tú y yo nos adorábamos odiándonos”, “volvimos al encuentro sin hablarnos”, “por qué tan honda herida, padre”, “Confieso que jamás deje de amarte/tanto como te odie”.

-Metaforismo agónico. Riqueza de sinestesias e imágenes visionarias relativos al tema, la muerte, y sus consecuencias en la vida y los sentimientos del poeta. Ejemplos: Poema I, imagen lo equina del corcel/muerte. Prosa 1, la muerte que crece en la casa. Poema II, la melodía de la muerte. Poema V, vida más allá de la muerte. O la herida del desamor: Prosa 4 y Poema V. Por citar sólo las más significativas.

-El poema letanía con estructura paralelística. Es propio del autor y así se comprueba especialmente en III (recuerdo al principio…, cuando todavía había voz), V (hasta después de muerto…, vives en mí), VI (octubre fenecía…, fecha de la muerte), VII (Confieso…, el amor que le tenía a su padre) y Epitafio I (Escribiré tu nombre… sobre la lápida del padre muerto).

-Tradición y originalidad. Aunque, efectivamente, la obra pueda encuadrarse por su temática en la rica tradición literaria de la lírica mortuoria española, el tratamiento del tema a partir de la tensión amorosa padre/hijo, el tono poético de la obra construido a partir de la soledad, la nostalgia y la desesperanza, así como la relación intergeneracional subyacente suponen toda una nueva forma de encarar un tema tan, aparentemente, manido.

Se trata, en suma, de una obra de madurez que se enmarca en la segunda etapa de su producción, el “humanismo solidario” y en la que perfecciona y sublima gran parte de las constantes poéticas que la caracterizan: la sentimentalidad de los silencios, el tratamiento del tiempo, la soledad y la muerte, el universo nostálgico y melancólico y la misma estructuración del poema y la depuración de sus elementos formales. En definitiva, un libro poco común y absolutamente imprescindible en el panorama poético español.
Alfonso Berlanga, profesor y escritor

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