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LA LEYENDA DE GÉMINIS

LA LEYENDA DE GÉMINIS

ANTONIO HERNÁNDEZ
ANTONIO HERNÁNDEZ
Cuando el ser humano crece ajeno al conocimiento y el placer que proporciona la lectura, más aún, cuando se vanagloria de no haber leído un solo libro en su vida o vuelve a consolidarse aquel antiguo axioma de que los libros son el mismísimo diablo y embrutecen o simplemente se les quema para que no quede de ellos rastro alguno, algo no va bien y con casi toda seguridad solo cabe esperar la más grande de las catástrofes, el caos más absoluto. El libro, los libros, nos proporcionan la posibilidad de vivir las vidas de los otros, de imaginar estados inimaginables, de reflexionar y profundizar en nuestras propias vidas, alcanzando así un estado de natural sosiego. Eso y mucho más sucede cuando los libros forman parte inherente de la vida. Y tan es así que cuando hallamos ese libro y a su autor algo inexplicable sucede en el interior de cada uno de nosotros. Ocurre y ocurrirá siempre que un libro nos atrape en su red y nos haga partícipes de su íntimo mundo.
La novela “La leyenda de Géminis”, del gaditano Antonio Hernández, más conocido como poeta que como narrador equilibra la balanza hasta el punto de no saber muy bien si es más narrador que poeta o viceversa. Lo que es indudable es que en esta novela de aprendizaje Hernández viene a mostrarnos su madurez narrativa, su capacidad para la descripción de personajes y situaciones de forma magistral, su conocimiento de la tradición literaria universal, su desbordante experiencia capaz de ahondar en la cotidianidad con una sutileza y elegancia poco frecuentes, pero sobre todo con un lenguaje inusual, de una gran intensidad y hondura intelectual y literaria. Algo que hasta ahora no ha sabido reconocérsele como merece. Si Antonio Hernández es el poeta que todos reconocemos en “Nueva York después de muerto”, con el que fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía 2014, también es el extraordinario narrador de esta novela y de otras como “Sangre fría”, “Vestida de novia”, “Raigosa ha muerto. Viva el rey” o “El tesoro de Juan Morales”.
Dominador de ambos géneros: poesía y novela, Antonio Hernández es, en uno y otro ámbito, una de las voces más lúcidas del panorama literario español. En “La leyenda de Géminis”, Hernández nos propone la historia de un aprendizaje, no solo desde el punto de vista de la formación académica de Antonio, su protagonista, sino también vital a través de las enseñanzas del magisterio integrador de don Jonás, el otro protagonista. Esta es una novela que se caracteriza por la honda reflexión de la realidad, pero también de la poderosa revelación de la fantasía, de la ficción. Hernández es, sin duda, un escritor de raza capaz de sorprender al lector con el más profundo comentario, como de iluminar sus ojos hasta mostrar una cómplice sonrisa tras su sentido del humor (tan gaditano), o de la sutil ironía que caracteriza su discurso narrativo, siempre bajo la resplandeciente luz de un lenguaje preciso y exquisito, que nos recuerda la más pura tradición literaria española, simbolizada para esta ocasión en la picaresca, con la que Hernández tanto empatiza.

LA LEYENDA DE GÉMINIS

Desde la posguerra, pasando por la transición democrática hasta finalizar en el triunfo socialista andaluz son los ejes centrales en los que afianza su narración Hernández para mostrarnos todos los aspectos de la condición humana, para descubrir que en ella se asientan valores perniciosos como la ambición por el poder, el culto al dios dinero o la traición, frente a otros como la solidaridad o la fraternidad humanas. Los personajes están definidos con tal precisión que la narración se desarrolla de forma ágil, en el tiempo y el espacio.
“La leyenda de Géminis” viene a confirmar la excelencia narrativa de Antonio Hernández, que como en otras novelas anteriores, no duda en aplicar la observación y la profunda meditación sobre lo vivido y aprehendido para conformar así una historia que pudiendo parecer a primera vista tediosa y  compleja, su oficio de escritor convierte esta sensación en puro goce de los sentidos y el intelecto. Esta es, podríamos decir, la historia de un ideal, pero también la historia de un desengaño, de una derrota: «Porque siento que ha vencido la vulgaridad: el dinero que se atesora sobre el que se reparte; la fama sobre el prestigio; el poder sobre la dignidad; la conveniencia sobre la obligación; la adicción sobre la delicadeza, estar sobre ser».
Novela de aprendizaje, como ya se ha dicho con anterioridad, con el valor añadido de la erudición que caracteriza a su autor; novela donde la sátira, el humor y un discurso narrativo de una belleza y profundidad sin parangón, procuran al lector ese placentero instante en el  cual la lectura se convierte, hacienda de ella una perentoria necesidad, una imprescindible actividad humana. “La leyenda de Géminis” es la crónica de un tiempo oscuro y de silencios, la historia de un lugar y unos seres derrotados, la confluencia de los opuestos, del bien y del mal, tratada con la sabiduría de un narrador imprescindible en el panorama de las letras españolas, que es de justicia distinguir ahora más que nunca: Antonio Hernández. 

LA LEYENDA DE GÉMINIS, novela de Antonio Hernández analizada por José Antonio Santano para 

DIARIO DE ALMERÍA.

El Tesoro de Juan Morales de Antonio Hernández, por José Antonio Santano


Corren malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del “todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz. Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española, andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos” y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”, escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen, en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista, y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”, tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo, hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la siembra más floreciente».

 La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.


Título: El tesoro de Juan Morales
Autor: Antonio Hernández
Editorial:Carpe Noctem (Madrid, 2016)

VIENTO VARIABLE. ANTONIO HERNÁNDEZ.


SALÓN DE LECTURA ______________________ José Antonio Santano


VIENTO VARIABLE

Para esta ocasión viene como anillo al dedo aquella afirmación de Heidegger: «Todo gran poeta poetiza sólo desde un único Poema. La grandeza se mide por la amplitud con que se afianza a este único poema y por hasta qué punto es capaz de mantener puro en él su decir poético». En ese continuo reescribir lo no dicho podría circunscribirse la gran poesía, la poesía de altura, la que ahonda en el abismo, la que busca lo desconocido, el misterio, la palabra trascendida, la que deviene del silencio. Ya lo dijo nuestra más preclara María Zambrano: «Sin temblor no existe buen poeta». Todas estas circunstancias y otras más que podríamos añadir convergen en la poética del gaditano Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943), último premio Nacional de Poesía, y del que nos llega ahora el poemario “Viento variable”, publicado por la editorial Calambur, que celebra el vigesimoquinto aniversario de su fundación. Advierte el poeta, incidiendo así en la teoría de Heidegger, que los poemas contenidos en el libro quieren ser “uno solo cohesionado”, que fueron escritos entre los años 2010 y 2015, y que forman parte de la “poesía total” que viene realizando desde su primer libro. No cabe duda que en “Viento variable”, una vez más, se reconoce el magisterio poético de Hernández, representativo a todas luces de la mejor poesía de su generación. Paisaje y paisanaje se dan cita aquí: el sonoro silencio de su tierra natal y el estallido de soledades que habitan los jardines madrileños del Buen Retiro. Pero sobre todo, hallamos en este poemario la vuelta a ese paraíso de la infancia, de los recuerdos y la memoria, de la familia, de los amigos, también del amor, del tiempo, de la vida y de la muerte, que actúa como un revulsivo estético y ético, de claro signo romántico, y por ende revolucionario si se quiere, que nos devuelve la esperanza y la fe en el hombre. En este poemario confluyen las sombras y las luces, las alegrías y las tristezas, el dolor y el gozo, la ternura y la belleza, la queja, la solidaridad, la renuncia, todo bajo el prisma y la mirada siempre atenta del hombre y el poeta, y viceversa, en perfecta comunión. Como dijo muy acertadamente el poeta húngaro Sàndor Weöres: «la misión del poeta es hablar del hombre en su totalidad, es decir, en su condición de ser humano». Esto es lo que ocurre cuando nos adentramos en el mundo poético de Antonio Hernández. Un mínimo detalle, un objeto, un recuerdo, la casa, una calle, un parque, unos ojos, un sueño es motivo suficiente para crear un mundo propio, un universo deslumbrante, para descubrir aquello que se oculta a nuestros ojos. Nos abruma ese aire de nostalgia que acompaña a cada uno de los poemas contenidos en “Viento variable”, esa creciente melancolía que envuelve la palabra poética de Hernández: «Tesis: cielo, paraíso. / Antítesis: infierno, Hades. / Síntesis: melancolía». El poeta se desnuda ante sí y ante todos, sin que nada le importe sino la vida, alejada ya de las ambiciones materiales, y así confiesa: «Yo, más voraz que nadie, / más ambicioso, más / pleno de avaricia, / he logrado, por fin, / tras tantas y tantas derrotas / insignificantes, el l éxito / definitivo. / Consiste en poder / jugar con mis nietos, / promover su sorpresa, / sin ahorro cantarles: / Juan Ramón tiene un burrito / con el que juegan los ángeles / del cielo de Puerto Rico». La palabra tiembla y se revuelve en su propio abismo para nacer a la luz en el momento de la madurez plena, de la edad más sabia. Grande es la poesía de Antonio Hernández, oportuna y honda, reflexiva siempre, sugerente y emotiva. “Viento variable” es un verdadero poema río, en el cual la experiencia vital del poeta está más que presente en en cada uno de los poemas que lo integran, y de entre los que merecen destacarse por su brillantez y fuerza expresiva, así como por su humanismo, los poemas “Ritual sobre el estanque” («Bajo la estatua ecuestre de Su Majestad / todas las tardes de la primavera y el verano / suenan sin pausa los tambores…»), “El corazón de las palabras” («Me hago muchas preguntas / de rabia y de dolor amordazados… / Pero pronto me olvido / del corazón de las palabras, quizás hasta que vuelva / a pasar por aquí y ya no estén / y yo también tenga la culpa / de que drama y comedia, / tragedia y farsa, / sean la misma historia») , “El maestro”, que recuerda a Luis Rosales, “Ir a Granada”, que resume en este verso el deseo de reencontrarse con Federico: «Poder besar el mármol finalmente» o “Según el Sínodo”, un canto al demonio representado en la Fuente del Ángel Caído de los jardines de El Retiro: «Todo ha pasado ya. Lo ha dicho / el Sínodo infalible y vuelves / a ser un niño, un ángel repuesto, / sin mando en las mesnadas celestiales / esta vez, y para siempre, diablillo / de la gracia en tu papel más humano…». Pura poesía, poesía de altura la de Antonio Hernández, siempre.
Título:Viento variable
Autor: Antonio Hernández
Edita: Calambur (Barcelona, 2016)