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LAS FORMAS DEL ENIGMA

 SALÓN DE LECTURA   ___________ José Antonio Santano




 

Las formas del enigma

 

 

        Las Formas del Enigma

 

 

       




 

 Escribía días atrás el profesor, poeta y crítico granadino Pedro López Ávila: “Cuando los poetas orientan sus actividades hacia fórmulas exitosas dominantes, con la finalidad de no caer en el olvido de sus contemporáneos y adoptan métodos sazonados ideológicamente con un lenguaje prosaico, conversacional, excesivamente coloquial, anti literario, soez y hasta procaz en algunas ocasiones, me parece a mí, que la poesía pierde una de sus aspiraciones fundamentales: la plenitud…”. No puedo estar más de acuerdo con este comentario. Existen motivos suficientes como para estar preocupados por la evolución de la poesía española de las últimas décadas. Poetas y poemas para olvidar en la mayoría de las ocasiones. Las librerías adornan sus escaparates con libros que poco dicen, por no decir nada, aunque el nombre de su autor o autora retumbe una y otra vez en los medios, sea prensa, radio o televisión. Pero nada de nada, todo es humo y fuegos de artificio. Poesía, lo que se dice poesía, brilla por su ausencia. Prostituida la poesía, ganancia para la oligarquía editorial, para las multinacionales del libro. Poco importa la calidad entonces, basta con un nombre y una extraordinaria difusión para ganar adeptos, pero sobre todo para acumular grandes cantidades de euros. Sin embargo, y me alegro por ello, alguna vez aparece una humilde editorial y un excelente poeta para romper con esta maldita inercia de lo vacuo, mediocre y prescindible. Hablo de un extraordinario poemario, Las formas del enigma, de la editorial Carena y de un poeta, José Lupiáñez (La Línea, Cádiz, 1955). Siempre he considerado que la obra poética de José Lupiáñez está conformada por esa plenitud citada por López Ávila, pero es ahora con una madurez desbordante cuando el hecho poético se convierte en una verdadera fiesta. Es tal el júbilo cuando te adentras en Las formas del enigma que uno no sabe bien que está ocurriendo, por su desbordamiento mismo, por su fulgor en cada poema, cada palabra, cada silencio. José Lupiáñez viene a demostrar una vez más que no comulga con modas y modismos, que su poesía es algo más que artificio, aunque disponga de él discretamente, sino que su fuerza radica en el lenguaje, en la conformación de un universo nuevo y diferente, en el cual la palabra se colma de los afectos, de la emoción hasta el punto de alcanzar la pura trascendencia, el éxtasis, los misterios del silencio. Por eso, para Lupiáñez son muchas y variadas Las formas del enigma, porque el enigma está tierra adentro, mar adentro, cielo adentro, en el abismo de los días, en el silencio de las nubes. El poeta, amparado por la mejor tradición poética española, bebido de su manantial inagotable, observa, interpreta y traduce cada sonido, los colores del alma o el silencio de la noche. No es un libro cualquiera Las formas del enigma; podríamos decir, de principio, que es un canto a la amistad, al recuerdo de lo vivido junto a sus amigos de Jerez (Mauricio Gil Cano, José López Romero y Juan Cienfuegos), por eso construye este sencillo edificio poético y comparece ante sí y el mundo, honestamente. José Lupiáñez crea un discurso arriesgado, pero conforme a su particular manera de entender el hecho poético. Y así, desde adentro dialoga con todas las formas posibles del enigma, que no son otras que aquellas que el hombre va descubriendo a lo largo de la vida del pensamiento mismo, del paso del tiempo, de la soledad, el dolor, el paisaje, el amor o la muerte como partes o elementos integrantes de la tragedia humana. Lupiáñez no hace otra cosa que, desde el conocimiento y el magisterio de la vida, componer un poemario en el que todo está y es, interactúa y se combina de forma natural, sin ambages ni exageraciones. Siete partes componen este poemario de José Lupiáñez: Soliloquio del navegante, Cifras del azar, Osadías, Fábula profana, Auroras y marinas, El rastro de lo eterno y El ausente. Ya desde la primera cita de Jorge Guillén, “El que yo fui me espera / bajo mis pensamientos”, el poeta declara sus intenciones, con una confesión intensa y extensa bajo el título de Soliloquio de un navegante y en versos alejandrinos: “Navega silencioso por el mar de la noche / el barco oscuro de mi vida y, muy lento / va surcando las aguas bajo el cielo apagado”. En este soliloquio vital el poeta nos irá acercando al pensamiento y la emoción de cuanto experimenta en propia carne: “…buscábamos la patria, que siempre estaba lejos”; pero también la nostalgia de otro tiempo perdido: “La juventud se ha ido, pero no sé por dónde, / gastada en los altares de la belleza efímera”; sucede entonces que el tiempo, o mejor dicho, el paso del tiempo clava su aguijón de ausencias y el poeta mira hacia el futuro que es el presente que sostiene su mirada, tan humana y frágil. Lupiáñez escribe desde su experiencia vital sumergiéndose en el vacío de su propia soledad para crear una poesía diferente, donde el lenguaje, la palabra deriva en sustancia, belleza y emoción sin límites: “Siento en una profunda inquietud en el corazón / por esa lumbre ignota que viene desde más allá / del horizonte”. Tomen los poemas formas métricas de soneto, el romance, versos alejandrinos, endecasílabos o libres, como savia de una tradición poética española sin parangón, Lupiáñez mira hacia el mar de su infancia o tierra adentro para saberse vivo y vivir en la palabra como única razón de la existencia. Bucear en los misterios de la vida, en la magia de los días o los enigmas del tiempo, el dolor, la muerte o el amor, determina su poesía, una poesía cargada de matices, de texturas y tonalidades, heterodoxa, rebelde, pura y excelsa. En este libro encontrará el lector poemas breves y extensos, viajará a lugares impensables, comprenderá el alma de las cosas y sentirá cada silencio, como un nuevo desafío, un reto que le llevará al corazón mismo de la vida. “Las formas del enigma” representa la “plenitud” de la que hablábamos al principio de este comentario, poesía en estado puro. En este singladura o itinerario poético el lector hallará todas las temáticas posibles, multitud de formas lingüísticas, y diría que todos, absolutamente todos los poemas serían objeto de análisis, aunque el espacio ahora no lo permita. Este poemario de José Lupiáñez es un verdadero tratado de la vida contenida en magistrales versos; en él la música de cada sílaba asciende libre por el aire y un destello, un fulgor de luces infinitas nos advierte de la más palmaria belleza. Lupiáñez ha construido un colosal monumento a la poesía, a la palabra que nace del abismo para abismarse en el silencio de las cosas, de la vida que fluye inagotable en cada amanecer. Poemas inolvidables como Lo sagrado, Tras la noche más larga, Fábula profana, Una bruma interior (Recuerdo de Juan Bernier), Rojo sangre, Noche de Alejandría, La casa encantada, Al encuentro, Bañista, Con esta lluvia, Edén confuso, Al poeta Mauricio Gil Cano (En la noche del mundo), Plegaria o El ausente, entre otros, aunque como ya he dicho todos merecen atención lectora. Lupiáñez, el hombre y el poeta, se complementan para crear un universo donde las cosas, los objetos, el paisaje y los afectos aparecen en su esencialidad, porque en la esencia de lo pequeño y sencillo, en las espinas y el dolor, en la fugacidad del tiempo y en el silencio eterno, radica la verdad lírica del poeta, que adensa en su interior la luz en temblor primigenio. Estos son los mimbres de un libro que no dejará indiferente a ninguno de los lectores que se acerquen a él. Con estos versos de quién es, por derecho propio, uno de los más grandes poetas españoles, José Lupiáñez, concluyo este comentario:

 

“Todo está por decir 

 en este renacer con mar y pájaros,

en este alborear de la conciencia

 que inicia nuevamente su camino

su vuelo azul sobre la mar vecina,

o de un salto de súbito al vacío, 

 para hurgar en el hueco, en la huella

que deja lo ignoto entre nosotros.

 

No es sólo recibir esta luz clara,

 que ahora toca la frente, 

 sino sentir que es anticipo, aviso 

 de cuanto nos aguarda 

 y no sabemos ni siquiera nombra… 

 Pues nos confunde el mar, el aire, el trino,

 la vida que repite sus espejos

 en medio de esta espera tan ardua, 

 de la que todos vamos siendo cautivos”.

          

 

José Lupiañez


 

Título: Las formas del enigma     

Autor: José Lupiáñez

Editorial: Carena (Barcelona, 2021)


Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez.