SALÓN DE LECTURA por José Antonio Santano
No
es de extrañar, y ocurre con frecuencia, que las obras que obtienen
los primeros premios son menos valiosas que aquellas que quedan
finalistas de esos mismos premios. También sucede con las óperas
primas, la primera obra de un autor siempre está abocada al
silencio, por razones múltiples que no podemos enumerar aquí. Tanto
en un caso como en otro comprobamos, con sorpresa, que no siempre es
así. Hay ciertos libros que están destinados a las minorías:
lectores de sólida formación literaria y, en algunos casos a
críticos insobornables, honestos e intachables, minoría de minorías
al fin y al cabo. El caso que nos ocupa es una “ópera prima”, la
primera obra narrativa de Juan Naveros Sánchez (Castillo de Tajarja,
Granada, 1952), de título “Barminán. Las hogueras del inquisidor
Lucero”. Ya desde el título imaginamos su temática, histórica
sin duda y sobre un hecho y una institución, que horrorizó no solo
a la sociedad de aquella época (siglos XV-XVI), sino a las
posteriores también. Hablamos de la expulsión de los judíos
sefardíes y de su persecución, tortura y ejecución por herejes de
los que quedaron en España y se sometieron al cristianismo
(conversos). A simple vista podríamos decir que se trata de una
novela histórica más, con los aditamentos y recursos propios de tal
género.
Pero no, eso sería menospreciar la capacidad de creación
de su autor y su madurez literaria, aunque sea esta su primera
novela. Naveros aporta a esta narración no solo conocimiento
(rigurosa documentación histórica), sino solidez discursiva, uso de
lenguaje, capacidad de ambientación, acertadísima descripción de
personajes y situaciones, de tal manera, que el lector tiene la
sensación de estar viviéndolas al mismo tiempo. Naveros ha sabido
transmitirnos con un estilo encomiable una historia que, a pesar de
contener páginas y páginas de verdadera crueldad, es todavía
verosímil y de una coherencia literaria indiscutible. Partiendo del
hecho histórico del Auto de Fe llevado a cabo el 22 de diciembre de
1504, en el que fueron quemadas en Córdoba ciento cuatro personas
por mandato del inquisidor Lucero, entre ellas el protagonista de la
novela Juan de Córdoba Membreque, Naveros edifica un corpus
narrativo extraordinario, sostenido en su brillante ejecución por el
conocimiento de la más grande tradición literaria española. Tanto
en su estructura como en los recursos empleados, pongamos por caso el
de la N.M (Nota Manuscrita) que nos dibuja más exactamente el estilo
de su autor y el pensamiento más profundo, hasta el manejo de los
personajes protagonistas como los muchos secundarios, la recreación
de los diferentes ambientes (calles, hogares, cárcel, Tribunal de la
Inquisición, interrogatorios, etc) y exactitud en la utilización
del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Naveros un narrador con y
de futuro. Pero entre tanto terror, de antes y de ahora, porque no
podemos olvidar los actuales de las guerras fratricidas y los éxodos
hacia ninguna parte y las muertes, siempre nace una esperanza, esa
que brilla en los labios de los amantes, la que aviva el cuerpo y el
alma, así en el umbral de la muerte de Juan Sara piensa: «Y
mientras le besaba los ojos tratando de reducir su fiebre, seguía
desgranando pensamientos deslavazados y agotados: -¡Si pudiera,
destruiría el mundo en este instante! –Breve silencio en el que le
acarició dulcemente la cara-. Solo en un momento como este se llega
a entender que los que se aman, incluso muertos, no mueren nunca. –Y
fuera de sí gritó a la oscuridad que empezaba a disiparse-: ¡Las
voces de vuestras víctimas clamarán justicia contra vosotros desde
el mismo seno de la tierra! –Y con una sonrisa irónica y lobuna,
sentenció para mitigar su dolor-: ¡Nadie me podrá arrebatar el
sabor de la ternura que bebí con su saliva! Con todo, si tuviésemos
que resumir en pocas palabras esta admirable novela, bien vendrían
las que el propio protagonista, Juan de Córdoba Membreque, deja
manuscritas en una de sus muchas notas. Así escribe: «¿Cuál será
el hombre del futuro? ¿El manso o el violento? Solo Dios, que no se
deja encandilar con los boatos de ninguna religión, lo sabe.
Pero
quisiera creer que el hombre, por evolución natural, aunque no por
los dictados de su avara inteligencia, aprenderá de tantos horrores
y lamentos, guerras y amarguras y se transformará en manso y noble.
Elaborará leyes que inspiren la virtud, el esfuerzo y la solidaridad
universal con menosprecio de razas, apellidos y creencias. Tal y como
aprendió a dar vida a un tosco mármol, aprenderá de sus propios
monstruos, apaciguará la historia y hará más habitable la tierra».
La historia contada en estas páginas, aunque sea terrible, tiene la
virtud de que su autor ha sabido conjugar todas las circunstancias
históricas, sociales y culturales de la época para crear un
discurso narrativo sólido e ingenioso, donde el particular estilo,
además de un preciso léxico y una continuada reflexión sobre lo
humano y lo divino, alumbrarán al lector en esta sugestiva aventura.
Ojalá nunca más se oiga esta exclamación hebrea: Barminán, que no
quiere decir sino ¡Que la Providencia nos proteja!, señal de que el
horror haya sido sepultado definitivamente bajo la tierra. Una novela
singular y un autor para no perder de vista.
Título:
Barminán.
Las hogueras del inquisidor Lucero
Autor:
Juan Naveros Sánchez
Editorial:
Nazarí (Granada, 2017)