El Tesoro de Juan Morales de Antonio Hernández, por José Antonio Santano


Corren malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del “todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz. Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española, andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos” y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”, escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen, en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista, y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”, tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo, hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la siembra más floreciente».

 La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.


Título: El tesoro de Juan Morales
Autor: Antonio Hernández
Editorial:Carpe Noctem (Madrid, 2016)

ANTOLOGÍA POÉTICA de RICARDO MOLINA por JOSÉ ANTONIO SANTANO


Para aquellos lectores que disfrutan de la buena literatura, y más concretamente, de la poesía, la noticia de una nueva publicación, en este caso de un clásico, siempre es bienvenida. Necesario se hace recuperar del olvido la poesía de algunos autores que constituyen en sí mismos un referente de la más culta tradición poética en España. Conviene reflexionar aquí sobre el hecho poético, su repercusión en la juventud actual y, por ende, su futuro (¿?). Habría que preguntarse en primer lugar qué leen nuestros jóvenes, si leen mucho o poco y a qué autores, porque no es esta una cuestión baladí. La lectura es el principal pilar del aprendizaje y la formación del futuro poeta. Hoy, con el asentado ya sistema de autoedición, el mercantilismo feroz de algunas editoriales, y algunos ahorros, la publicación de un poemario está garantizada. No hay filtro alguno que aconseje la retirada del manuscrito por carecer de la necesaria calidad literaria y, consecuentemente, una reescritura del mismo. Y así nos va. Por este y otros motivos que serían largos de explicar en este espacio, se agradece, y mucho, que un sello editorial de prestigio como es Hiperión, con una edición del profesor y crítico Pedro Roso, nos devuelva la esperanza en el texto literario de calidad, cual es esta “Antología poética” del poeta y miembro fundador del grupo “Cántico” Ricardo Molina (Puente Genil, 1917-Córdoba, 1968). Es la poesía de Ricardo Molina una lectura imprescindible y necesaria para entender una época trascendental de la Historia y la Literatura española. A veces, y es también una función importante del crítico, conviene actuar de altavoz y recuperar así la obra de autores que, como el pontanés Ricardo Molina, han sido y serán un referente poético de primer orden.  En esta “Antología poética”, publicada en el centenario del nacimiento del poeta Ricardo Molina, el profesor Roso nos aproxima breve pero sustancialmente a su obra. 

Con acertada didáctica Roso nos guía, de forma cronológica por el quehacer poético de nuestro vate, desde su primer libro “El río de los ángeles” (1945), en el cual ya se vislumbra su sensual voz: «Oh qué dulzura, / qué extraña y admirable dulzura, / descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río, / desnudos y abrazados para siempre, / y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas, / en claras ondas plateadas, verdes…», pasando por “Elegías de Sandua” (1948), quizá el texto más conocido, donde el poeta, como dijo el profesor Clementson, «es el cantor inolvidable de la dicha pretérita», y así lo aseveran estos versos de la Elegía XXX, dedicada al siempre amigo Juan Bernier: «En el charco de la Pava, en el Jardín del Alpargate, / en los chozos de barro y de taraje / que azotan las tormentas al lado de la cárcel, / en los tugurios ásperos de riñas y blasfemias, / igual que bajo lámparas de plata / y arcángeles y vírgenes y santos, / pasea Juan Bernier interminablemente; “Corimbo” (1949), discurso poético que aúna y exalta Naturaleza y vida: «Ya no necesitamos las palabras. / Ya basta el sol que besa, basta el río / que nos lleva en sus ondas lentamente, / y el viento que los ojos acaricia, / la verde sombra que en la boca tiembla»;“Elegía de Medina Azahara” (1957) resultará ser, en palabras del profesor Roso, “el símbolo perfecto de su visión del mundo: las ruinas de Medina Azahara son las ruinas del paraíso perdido (…) el correlato objetivo de una honda reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad de las cosas, la ineludible presencia de la muerte”, como se aprecia en estos versos: «Del alminar, ¿qué queda? Del alcázar / ¿qué queda? Del amor, del poderío, / del deseo, ¿qué queda? Un son de piedra, / un nombre vago y falso, un aire triste». A este seguirían los poemarios “La casa” (1966), “A la luz de cada día”(1967) y los póstumos “Regalo de amante” (1975) y “Psalmos”, “Homenajes” y “Otros poemas” publicados todos en 1982. En todos, la singular voz del poeta destella con luz propia. Para Luis Antonio de Villena «el mejor Molina es ese poeta del júbilo del amor y la sensualidad, tocado de melancolía temporalista y de algunos toques de religiosidad verídica cuanto necesariamente heterodoxa». Sin duda alguna Ricardo Molina representa la voz serena de un tiempo oscuro, solo salvable desde una estética profundamente humana y donde “lo bello”, como él mismo dijo, “es el supremo consuelo que puede ofrecer el poeta a los hombres”. Intimista, sensual, culto y casi místico en ocasiones, Ricardo Molina nos afianza en el convencimiento de que la verdadera poesía se escribe desde el conocimiento y la emoción como hecho singular de lo vivido. Como colofón a este comentario sean estos versos del poema “Invitación al mundo exterior”, homenaje a Pablo García Baena, homenaje a la vida: «Aunque nadie lo diga / muy profunda y hermosa es la vida. // Despierta / al mundo. // Derrámate / en el mundo. // Entrégate / amante. // Sal / de ti. // Sé / feliz».  







Título: Antología poética
Autor: Ricardo Molina  
Edición de Pedro Roso
Editorial: Hiperión (Madrid, 2017)                                                             

LA PALABRA MUDA de ANTONIO ENRIQUE por JOSÉ ANTONIO SANTANO



La Palabra Muda  

Después de tan huera poesía actual y tantos presuntuosos poetas como existen en este país uno se siente aliviado cuando alguien, desde adentro, en comunión perfecta con el alma o el espíritu, la emoción o la substancia, la esencia o los orígenes, el corazón y la inteligencia, es capaz de transformar todas las visiones posibles que del hombre se puedan tener con solo la palabra, “La palabra muda” que no es ni está, porque el poeta, abducido por la palabra trascendida “la palabra sin palabras” ha sido capaz de crear y recrear cuanto acontece y es no siendo, y viceversa, el ser humano, constructor de un verdadero universo de la conciencia , tan impropia en estos tiempos que corren. La mirada del poeta es tan amplia, tan abarcadora que no hay ser en el mundo que llegue donde llega él. 

Nadie que sienta como siente él la sangre y la piel del otro, los huesos y el dolor del otro, la muerte de todos los muertos de la tierra, los otros todos en su alma toda. Casi transfigurado, mudado de su yo y convertido en otredad, el poeta socava en la naturaleza humana. Detenido el tiempo, huérfano entre tanto desamor, la rutina de los días se propaga y nos apresa, sutil y silenciosa. Pero nunca el olvido, bien lo sabe el poeta que regresa una vez y otra a los recuerdos, a la memoria de un tiempo gris, desvaído. El último poemario de Antonio Enrique (Granada, 1953), “La palabra muda”, en una bellísima edición de “El Gallo de Oro” es, por definirlo en una sola palabra, estremecedor, verdaderamente de una conmoción inusitada, de principio a fin. No hay un solo poema, de los 22 que integran el libro, un solo verso que no nos haga pensar y emocionar hasta el punto de producir en nuestro interior un estertor, una convulsión tan exageradamente humana como poética. Veintidós poemas como veintidós son las letras del abecedario hebreo y un epílogo componen este texto difícil de olvidar después de su lectura. Poesía en estado puro, casi dictada verso a verso en una suerte de éxtasis, de levitación interna. Visiones de un realismo tal que nos aproximan al verdadero ser del hecho poético, sin maquillaje alguno que distraiga de su esencia como tal, sin impostura. 


Aleph, la primera letra del abecedario hebreo, resume lo que podría o puede ser el final de todo, el holocausto, el horror: «El horror es lo que no se cansa, / lo que nunca deseperaq ni se entretiene. / El ruido vayas donde vayas / y el zumbido que queda cuando cesa. / Los muros del mar recorriendo el mundo. / Un espejo que te mira / y te sigue mirando / cuando ya te has ido. / Lo que nunca muere pero mata. / Lo que mata sin que mueras». En esa mirada a la Historia el poeta es todos los hombres del mundo, porque como dice el filósofo Emilio Lledó «Más duro que la muerte es el olvido. Éste podría ser el lema que sobrevuela los orígenes de la cultura europea. […] Ser inmortal era parar el río de la vida,  cuyo ser es, precisamente, fluir». Es precisamente la poesía lo que fluye por las páginas de “La palabra muda”, la voz de los que no fueron sino muerte en las aguas del Danubio a su paso por Budapest: «Quedaron así, como los dejaron / cuantos hubieron de descalzarse:/ de cualquier manera, / a la orilla del río de la muerte. / Quienes los calzaron ya no están. / Los obligaron a arrojarse. / Habitaron el horror». El poeta se desnuda, se convierte en esqueleto, en sangre y piel, en despojo humano para sentirse humano y vivo ante la devastación y la muerte: «Y la carbonilla cayendo del cielo, / la del tren no, la de los hornos […] Llueve sobre la luna carbonilla / de los calcinados. / Se posa sobre los hombros la ceniza / y se respira las almas que ya no vuelve». Todo se ha convertido en vacío, la tierra toda grita después de silenciar el gas la humanidad entera: «Grito como este no lo hay / desde el comienzo del mundo. Se abrazaron, no sabemos más; nadie hubo nunca que lo supiera. Que llovía gas. Que el agua lo era de muerte». La guerra, el hambre y la usura, el poder enloquecido, alimaña que oscurece el día, la piel y los cabellos de las mujeres; el terror y el miedo, una escalera por posesión: «No tengo yo padre ni madre. / Esa escalera es lo único que tengo, / ya sólo queda arrojarme al vacío». Nadie como el poeta, el verdadero poeta que abrigan estos versos para hablar en nombre del amor, de ese que parece no cabe ya en la tierra: «Lo que yo amo de ti / son tus huesos. / Es tu cuerpo y lo más interno / de tu cuerpo, / allí donde nace tu saliva, / tu sangre, la luz con que miras / el mundo, la vida y hasta mí mismo […] porque tú y yo vamos a morir, / pero tus huesos y los míos / seguirán amándose / y propagándose / más allá del humo y del mundo / y de la nada». Y después del amor, más amarga la vida que acontece en el campo de exterminio: «Los crematorios estaban allí… Un diluvio de lágrimas sin sal, / para que no chisporroteen. / Para extinguir tanto fuego / como asaba las almas». 

El poeta ha querido dejar aquí su testimonio de un tiempo atroz para que nunca sea olvido, porque este es un canto del horror humano (recordando a Blas de Otero que dejó escrito: “Esto es ser hombre: horror a manos llenas”) y en é la poesía es el vuelo necesario hacia la luz y el alma: «Horror es la palabra muda / porque nada puede definirla. / Excede a lo que dice. / Pues lo que dice es el regreso / a la nada, el maldito descenso / a lo que es, sin que pueda serlo. / Horror es la palabra sin palabras». Un gran poemario, “La palabra muda”, y un gran poeta, Antonio Enrique, que renueva la fe en la verdadera poesía, capaz de conmover y  perturbar.

 

Título: La palabra muda
Autor: Antonio Enrique  
Editorial: El Gallo de Oro (Bilbao, 2018)                                                             

Las campanas de Islamabad, comentado por José Antonio Santano




Han transcurrido casi cinco años de aquella novela tan densa, interesante y tan cubana como fue “Extraño huésped”, de Agustín Roble Santos (El Pilón, Cuba, 1959). En ella se narraba las aventuras de toda una saga familiar que abarcó casi un siglo de historia, desde los ancestros gallegos de finales del siglo XIX hasta años después de la revolución cubana: una novela con ricos y variados registros y matices para deleite del lector, de estructura circular y extraordinaria fluidez expresiva. 

Ahora, esta segunda novela, “Las campanas de Islamabad, mucho menos extensa que la anterior, su autor se detiene en narrar las circunstancias que envuelven a un enfermo hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos (UCI) como consecuencia de la detección de una gripe A. Esta grave enfermedad y su inmediata afección de la inconsciencia del paciente provocará visiones irreales, confusión entre realidad y ficción, conformación de un mudo de sueños extraños y extravagantes. Novela polifónica en cuanto a voces narradoras en primera persona (protagonista e hija) y variada en la multiplicidad temática. En cuanto a su estructura podemos decir que la contienen cuatro partes. En la primera la narración se sitúa en el origen de la enfermedad de Alfredo que nos  presenta las circunstancias en que se desarrolla una gripe corriente y su evolución hacia un estado crítico de gripe A, que lo acercará a una situación de inconsciencia, de moribundo propiamente dicho (capítulos 1 y 2). La segunda parte se ocupa de la alucinatoria, onírica del protagonista y así se cuenta un viaje hacia lo desconocido, en tren, que le lleva a las situaciones más insospechadas (secuestro, tráfico de drogas, violación, etc.) y a lugares impensables (los Balcanes, Miami, Grecia o Islamabad en Pakistán), contenidas en los capítulos 3 a 15. 

Corresponde la tercera parte a la narración de lo sucedido en la voz narradora de Liena, hija del protagonista, que descubrirá la relación generacional existente entre padre e hija (capítulo 16). En la cuarta y última parte de la novela se narra la vuelta a la realidad de un Alfredo que ha vencido a la enfermedad, aunque aún persistan los miedos y la confusión entre lo que es y no es real (capítulos 17 al 28). Concluye la novela con un epílogo que no es sino una carta a la madre, en la que Alfredo cuenta cómo llegó a ser víctima de la gripe A y el modo en que la venció. Un glosario de vocablos cierra el volumen. Algunas consideraciones importantes al efecto de establecer las claves narrativas de “Las campanas de Islamabad” son las que siguen. La enfermedad, ese estado de inconsciencia es, en la novela, trasunto de un delirio o alucinación de una situación incontrolable que permite al protagonista vivir una experiencia tan terrible como incomprensible, producto de una sociedad basada en la preeminencia del poder económico por encima de otra consideración humanística,  la de una sociedad corrupta, sin ética, abocada a su propia destrucción.

 Destaca también esa presencia de dos mundos conceptuales distintos: oriente el uno y occidente el otro. Más concretamente el conflicto de intereses religiosos sustentados por ese enfrentamiento entre el Islam y la civilización cristiana. Sin olvidar, de otra parte, las manifestaciones populares provenientes  de los ritos, de la santería, tan usual en la cultura cubana. Entre otros asuntos de carácter social destacaría la referencia al sistema sanitario actual, y el debate que lo sustenta acerca de si dichos servicios deben tener carácter privado o público. La verdadera condición humana, en esta novela, está cuestionada, al entender que son los seres humanos los únicos capaces de transformar el mundo y mejorar así la vida de sus congéneres.  De tal manera que se llega a una conclusión final en el sentido de considerar que la presente novela narra, tras una profunda reflexión y actitud vital, la fuerza, el deseo de vivir en esa lucha encarnizada contra la muerte –eros y tánatos frente a frente- hasta proclamarse vencedora la vida y hacer imposible el tañer de “Las campanas de Islamabad”. Agustín Roble Santos, el autor de esta novela, traspasa la frontera de la realidad, y es en ese preciso instante, cuando libre en el sueño, construye otra realidad. Desde una visión más literaria diríamos que es la ficción la vencedora, porque sin imaginación, sin fantasía, sin sueños, no existe literatura alguna. Una nueva visión del mundo resplandece en la mirada de Alfredo, y así lo expresa: «Saqué mi mejor ropa para ir a trabajar como un hombre nuevo, que lo soy, acabado de nacer; no como el maquinista de trenes ni el conductor de guaguas de mi irrealidad, sino como el experto, el doctor, ese ingeniero agrónomo que se empecina en continuar disfrutando las breves horas en que somos alguien».




Título: Las campanas de Islamabad
Autor: Agustín Roble Santos  
Editorial: Caligrama (Sevilla, 2017)

El pabellón de las peonías o Historia del alma que regresó por José Antonio Santano

EL PABELLÓN DE LAS PEONIAS O HISTORIA DEL ALMA QUE REGRESÓ DE TANG XIANZU

Ha vuelto a suceder. El aroma de la letra impresa en el papel de un libro ha producido su benefactor efecto. Sostenido entre las manos su poder de atracción es inmenso. Admiro la belleza de su portada: una mujer china duerme en un jardín rodeada de flores, de sus bellas ilustraciones interiores y me emociono con los suculentos textos que lo contienen, con su armonioso lenguaje, amén de enaltecer una extraordinaria y ancestral tradición cultural que lo hace más hermoso aún si cabe. No es un libro cualquiera, sin duda. Es un libro imprescindible si se quiere conocer la obra cumbre de la dramaturgia china. Se trata, pues, de “El pabellón de las peonías o historia del alma que regresó, escrita por Tang Xianzu (1560-1616), texto traducido por primera vez al español por la investigadora y profesora Alicia Relinque Eleta, quien nos introduce en él con estas palabras«…este Pabellón de las Peonías que tienes ahora en tus manos quizá fuera engendrado por el sosiego, un lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuente y la quietud del espíritu, pues en esa situación, según dice el gran Miguel de Cervantes, cuando la naturaleza allá en la China, o las musas en la vieja Europa, se muestran más fecundas y ofrecen partos al mundo que lo colman de maravilla y de contento». A finales del siglo XVI se escribía este “Pabellón de las Peonías”, justo cuando también escribía Cervantes su Don Quijote y Shakespeare su Romeo y Julieta, coincidiendo así tres obras maestras de la literatura, incluso la muerte de sus autores en el mismo año de 1616. El amor, la muerte y los sueños como ejes centrales de una narración que nos sumerge en la mejor tradición literaria china. Una obra compleja, compuesta por 55 escenas donde el paisaje y el paisanaje se entremezclan con especial sabiduría, reclamando así la atenta mirada sobre la más pura tradición popular y de leyenda. 



La supervisión lingüística de la traductora hace que este libro sea tan hermoso como extraordinariamente recomendable al lector más exigente. Viene como anillo al dedo que sea este libro y no otro el que reciba hoy este comentario, por ser su protagonista una mujer, Du Liniang, que representa nada más y nada menos que la pasión por la vida y por el amor: «Aquí es donde mi brazalete de oro cayó. / ¡Cuánto deseo volver a ver a ese estudiante! // Ha quedado, por azar, prendado mi corazón / al lado de este ciruelo. / Como sus flores, sus hojas que despiertan el amor…/ Aventuraría mi alma fragante / a las lluvias, las tormentas, / por verme de nuevo con él / a los pies de este ciruelo». El amor ya habita en Du Liniang, la envuelve con la seda de la pasión, hasta enfermar y morir. A partir de este momento, Tang Xianzu, el autor de esta magna obra construirá una narración en la cual realidad y ficción se alternarán con maestría como si se tratara de un juego de espejos, y donde la poesía rezuma de forma tan natural como bella, como sucede en la escena 23 correspondiente a “Juicio en los infiernos”, cuando dice el Juez Hu a Du Liniang: «Recuerda / en las noches de luna y estrellas / inclinarte ante Cielo y honrar a la Tierra. / Permito que tu alma vaya y venga. / Estás liberada, / condonada del castigo, / sin nacer de un vientre, a la vida volverás. / Y aquellos cuatro amigos de las flores a tus órdenes tendrás, / que el oriol espíe, que la abeja os una, / que la golondrina confabule y la mariposa seduzca. / Y espera, / el hombre de tus sueños que descubra tu tumba ha de llegar». El enamorado, Liu Mengmei, arde en brasas del amor, el deseo fluye por sus venas y no puede dejar de pensar en la amada: «Paso las largas horas de la oscuridad recitando las perlas y el jade de sus versos, intentando captar su espíritu. Encontrarme con ella en sueños bastaría para que pudiera sentir todo el gozo primaveral». 


TANG XIANZU
El amor como principio y fin de la existencia humana, ese que es capaz de vencer incluso hasta la muerte, porque de él nace la esperanza y la alegría, la hermosa experiencia de la vida. El jardín como símbolo de ese amor inextinguible, donde la armonía, la paz y la belleza de las flores acrecientan el deseo de ser amado, como así nos lo transmite en esta obra maestra de la literatura china su autor, Tang Xianzu. En palabras del enamorado Liu Mengmei: «A partir de hoy / juntos el camino trazaremos / que el Pabellón de las Peonías marcó en sueños». Una obra tan compleja como bella en toda la extensión de la palabra, culta, que nos llega gracias a la extraordinaria labor investigadora y traductora de Alicia Relinque.  

   
ALICIA RELINQUE ELETA. TRADUCTORA DEL LIBRO DE TANG XIANZU


 Título: El pabellón de las peonías o Historia del alma que regresó 
 Autor: Tang Xianzu 
 Traducción: Alicia Relinque Eleta
 Editorial: Trotta (Madrid, 2016)

MAS ALLÁ DE LA BRUMA DE ÁLVARO MATA GUILLÉ por JOSÉ ANTONIO SANTANO.

DIARIO DE ALMERÍA. MÁS ALLÁ DE LA BRUMA. por JOSÉ ANTONIO SANTANO
        

De una u otra manera todos somos víctimas de la rutina, de esa cotidianidad que nos aleja del mundo de los sueños, de la fantasía. El tiempo, así vivido, nos pesa como una enorme losa. Ocurre esto en cualquier ámbito de la vida, en la literatura también. Por eso, se agradece y mucho que, de vez en cuando, un determinado libro nos alumbre el camino y ese día se convierta en especial. Existe actualmente una tendencia ascendente hacia la escritura plana, sobre todo en poesía. Me explico. La poesía, mayoritariamente hoy en día y en España, obedece a un mismo patrón en su forma y en su fondo. Difícilmente hallaremos un poeta, una voz que destaque del resto de sus coetáneos. Se ha impuesto el pensamiento único, y así, numerosos poetas se han adherido en esta tendencia escritural de la ambigüedad, de lo fútil, de tal manera que leyendo a uno has leído a todos.  Esto no ocurre cuando se trata de poesía latinoamericana actual. Las influencias poéticas son otras y el lenguaje el principal vehículo unificador de la esencialidad del poema. Así lo comprobamos en el texto objeto de comentario para esta ocasión “Más allá de la bruma”, de Álvaro Mata Guillé (Costa Rica, 1965). 

Quienes se acerquen a este libro no quedarán decepcionados, porque en él hallarán un universo poético abarcador y una voz que refulge en cada verso. Es la poesía de Álvaro Mata abrasadora y lumínica, que nos devuelve la esperanza y el ánimo para seguir avanzando en el sentido correcto del conocimiento y la emoción humanas. Nada escapa al hombre que habita al poeta, y así, desde el principio, dialoga con ese  personaje “Mathías”, de la novela “Claus y Lucas”, de Agota Kristof, desvelándonos la cruel realidad en la que vive –que hace suya el poeta-, y de la cual bien podrían ser representativos los siguientes versos: 

«escapando sin escapar de aquel lugar sin nombre, 
del lugar sin lugar asomado en el valle,
más allá de la bruma,
de mi extrañeza». 

En la parte segunda Mata Guillé se plantea la necesidad de dialogar con el poeta ruso Ósip Mandelshtám, sometido, acallada su voz y desterrado a los Urales, de manera que de esa comunicación o diálogo el poeta hace suya la experiencia y escribe: 

«explicar el miedo, 
 el acecho, la tortura,
 el desaliento, 
 atrapándolos en un papel derruido, 
 en las paredes, 
 en un ladrillo,  
en el barro empozado en las asperezas del cemento 
 en el suelo. El paso 
 de una nube, 
 un pájaro, 
 el esto, el aquello, 
 llenaba por momentos la oquedad de sus ojos,
 la lluvia corroyendo la sangre, 
 la boca, 
 los huesos
 en las bancas, 
 de la mano de Nadezhda 
 abrazados, 
 olvidaban el ahogo, 
 el negror de las cuencas, 
 las ojeras, 
 las suturas,…».

El poeta toma la palabra para descubrir el mundo y descubrirse, ahonda en sus silencios para sentirse vivo, siempre llama en la voz de viento, en las olas de un mar embravecido y único. Serán Mathías y Ósip, también se adentrará en la de Jorge Arturo Venegas, para resucitarle y amarlo hasta después de muerto, o la de la gran poeta Eunice Odio regresando a la esencia, al vacío y la desnudez plena de la palabra, que ahora comparte y vive en su más pura estela. En todos se mira, en ellos espejea la melódica sinfonía de la palabra secreta y mágica, de su oscuridad trasciende una luz arrebatadora que seduce al poeta hasta convertirlo en aire o ave que planea el firmamento: «Mathías, / partió hace algún tiempo, / como Eunice lo hizo en los adentros del Neva / y Jorge desvaneciéndose en el fuego del polvo / en el aire, Carlos, / se fue en una tarde, / en una noche, / en el sótano, en el frío, / en el aliento. / Eunice / se desdibujó en el ahogo, / en el polvo de Jorge entre los gatos, Mathías / balanceándose en el columpio, / arriba de la cornisa; Carlos / volaba con su paraguas de alas naranja, / tomaba un té, / brincaba por los tejados // Lo escrito / quedó en algunos libros, / en notas dispersas, / en los nombres que deletreaban las voces / el silencio, las brujas, / el pasillo, / enclaustrados como fantasmas en los cuartos, / en el viento, / en la bruma». Es la voz del poeta Álvaro Mata en el origen de todo, en la nada que nos abisma al pensamiento y recala luego en esa especie de misterio que es la palabra en sí misma, el silencio diamantino que la sustenta. “Más allá de la bruma”, de la niebla o la oscuridad, donde reside la soledad que acompaña al poeta; allá donde el color de las auroras abriga la esperanza en la poesía, que es como decir la vida. 

Así, Álvaro Mata, con su singular voz ha sabido conquistar el espacio secreto de las palabras hasta redimirnos en su vasto territorio, con un discurso poético tan sincero como envolvente, alma toda, como podemos comprobar en estos otros versos del poema “La nada disgrega la nada” (Fragmentos): «la noche es afuera / adentro / habita la pupila, / la vida aquieta la vida, / la nada / disgrega la nada».
ÁLVARO MATA GUILLÉ. MÁS ALLÁ DE LA BRUMA.


Título: Más allá de la bruma
Autor: Álvaro Mata Guillé
Editorial: Abismos (México, 2016)                                                            

POESÍA COMPLETA de BASILIO FERNÁNDEZ por JOSÉ ANTONIO SANTANO



poesía completa [1927-1987] 
basilio fernández     

Existen hechos en la vida difícil de creer. No es frecuente que un poeta, como es el caso, publique en vida tan solo cinco poemas. Hoy en día es impensable dado el carácter de los escritores actuales, bien atentos al estatus social que proporciona el hecho de escribir un libro, que no quiere decir, ni mucho menos que esa circunstancia lo haga escritor. 

El oficio de escritor es algo más serio, y me temo que por el camino que vamos no ayudará mucho a engrandecer la literatura española el hecho de financiarse los libros con este nuevo modelo destructivo de la autoedición, amén de la autocomplacencia y la vanidad propia que reporta dicho extremo. Así las cosas, extraña y asombra leer: «Basilio Fernández (1909-1987) es un caso singular: un poeta que solo dio a conocer en vida cinco poemas. Tres que se publicaron en la revista “Carmen”, uno más que apareció en la revista “Meseta” y otro que, como resultado de un reencuentro azaroso con el poeta inglés Basil Bunting, apareció en Rapallo (Liguria, Italia) en el suplemento literario “Il Mare” en 1932». Confieso  que este comentario llega con bastante retraso a esta sección, y asumo mi parte de culpa, aunque fuese por causas ajenas a mi voluntad. 

No obstante, agradezco el esfuerzo y la dedicación de Emiliano Fernández,  sobrino del autor, que ha hecho  posible esta edición de la “Poesía completa [1927-1987] de Basilio Fernández, llegándonos de esta manera una obra necesaria, además de administrarse justicia para este olvidado y desconocido poeta para muchos. Hay que decir que, con anterioridad a esta edición, una selección de poemas llevada a cabo también por su sobrino Emiliano consiguió en 1992 el Premio Nacional de Literatura. 


El presente volumen consta de dos partes bien diferenciadas. Una primera que abarca la biografía del autor y otra  que contiene la poesía completa de Basilio Fernández. Si la primera nos acerca a la persona, al ambiente familiar en el que crece el poeta (el padre representa la tradición de una familia de fuertes creencias religiosas y la madre una mujer silenciosas y discreta, muy cariñosa con todos sus hijos pero especialmente protectora del menor, nuestro poeta), los estudios y relaciones con la literatura a través de dos notables escritores: Torrente Ballester y Gerardo Diego, con el tiempo habrá más; la influencia del movimiento creacionista, la vivencia de la guerra civil, relaciones con los intelectuales falangistas, fundamental con Dionisio Ridruejo, su vida en Gijón, etc. La segunda nos presenta al poeta en su más pura esencia, que no es otra que la que expresa por una parte la experiencia de vida, los conocimientos adquiridos y la percepción emocional de esos conocimientos desde una  óptica siempre singular, la del poeta que habita al hombre. 

Destacan de la primera época (1927-1929)  poemas tales como “Poema a Carmen por dentro” (clara alusión a la fundación de la revista creacionista “Carmen”: «Carmen en holocausto a tinta china / tu maniquí llegado por mi pluma / qué bien ordena y manda a flor de broma a flor / Amor custodio y mártir bailarina…»), “Tránsito” y “El soneto que fue a medias”. Con el tiempo el poeta acuñará una nueva poética. Son los años 40 y la influencia de poetas como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Luis Cernuda es patente. Poesía existencialista y apasionada: «Y después el hastío, / el tiempo, la reflexión del hastío, / agua pasada, clavo pasado, nubes, / donde un severo ruiseñor clausuraba la primavera, / fácil garganta mixtificada con rosas / o ilusoria comezón en el atardecer de la tristeza.. Sé que estoy solo, solo / con mi celado impulso». Tras la muerte de sus padres en 1948 y 1949 se produce un parón en su actividad poética, dedicándose más al negocio familiar que hereda junto a su hermano Emiliano. 

No será hasta la década de los 60 y 70, cuando Gijón experimenta un cambio urbano significativo, aunque no deja de ser una ciudad provinciana en el aspecto cultural, cuando también provoque en el poeta que es Basilio Fernández algunos cambios. Sus muchas lecturas y las nuevas influencias de escritores como Pessoa, Wallace Stevens, Octavio Paz, Lezama Lima o Montale, pero sobre todo su vuelta a Elito y Pound, harán que una nueva poética surja a la luz: «La primavera se encapota en desvaídos grises / o se remienda de verano, / es una vana promesa / que nos ofrece la vida…Así la rosa en espiral / acaba por colgarse de la indiferencia». Escasos poemas nos lega en los últimos años de su vida Basilio Fernández. 

El verso breve denota cansancio, tal vez una excesiva soledad le haga vislumbrar el acabamiento total: «Instante incierto. Un huésped indeciso / se fatiga en mi voz, y desordena / la soledad de temblorosos flecos». Un interesantísimo libro y una pulcra edición que nos acerca al hombre y al poeta, que nos desvela la vida y su esencialidad en la voz poética Basilio Fernández.



Título: Poesía completa [1927-1987]
Autor: Basilio Fernández López
Editorial: Impronta (Gijón, 2015)

AMADO PULPO comentada por JOSÉ ANTONIO SANTANO para DIARIO DE ALMERÍA.

AMADO PULPO. FRANCISCO LÓPEZ BARRIOS

      


Son muchas las razones por las cuales la narrativa española se encuentra en un momento tan complejo como anodino. Los narradores no arriesgan en sus textos lo más mínimo y se aferran así a un estado de acomodo y laxitud muy preocupante. Quizá mucho tenga que ver el excesivo mercantilismo al que nos están acostumbrando las editoriales, incapaces de comprometer un buen texto y sí de apoyar otros alejados de la calidad literaria que debe exigírsele. La ausencia de lenguaje literario es tan abrumadora y perpleja que no hay salida sino la del propio despeñadero. Sin embargo, existen ocasiones, pocas, pero existen, en las que un libro se nos presenta delante de los ojos y ya desde la mismísima portada te contagia el deseo de su lectura. Ocurre así con la última novela del escritor granadino Francisco López Barrios.
Si ya en su última entrega “Yo soy todos los besos que nunca pude darte”, libro de relatos merecedor del XXII Premio Andalucía de la Crítica, en la que López Barrios, además de demostrar  sobradamente su capacidad de expresión, adereza sus relatos con ingenio, cierta ironía (frecuentemente olvidada en el panorama actual de la literatura española) y grandes dotes de imaginación y sabiduría, en “Amado pulpo”, novela objeto de este comentario,  hay más de lo mismo, que no es poco, pero sobre todo se añade un elevado porcentaje de riesgo al elegir la temática, así como la dificultad para desarrollarla estructuralmente, sin perder en ningún momento ni el interés ni el hilo conductor del relato. Con una prosa limpia y brillante, una documentación precisa y un magisterio adquirido con el paso de los años, López Barrios nos presenta una obra original, pues no es frecuente encontrar que el protagonista de una novela pertenezca al reino animal, más concretamente, al mundo submarino, tal es el pulpo.
Pero además de esta circunstancia añade otras dos que nos parecen tan hilarantes como afortunadas: un pulpo que oye, sabe leer y escribe, en definitiva, un pulpo humanizado, que comparte indistintamente dos mundos tan distintos y contradictorios como son el animal y el humano. En esa extravagancia discursiva López Barrios revela al lector, de una parte, los beneficios que halla el Pulpo con la lectura, y así escribe: «Leer es una bomba contra las imposturas del Orden y las mentiras de sus secuaces. Y mientras unas veces la lectura te lleva de la mano al Paraíso, otras te conducen desde la soledad hasta la melancolía»; de otra, el descubrimiento de la poesía y los poetas cuando dice: «Creo que si me dieran a escoger entre ser propietario de grandes cuevas submarinas o acumular preciadas conchas de bivalvos, elegiría ser coleccionista de versos. Ellos, los poetas, con sus versos me abrieron las puertas a una comprensión del mundo que la mayoría de los seres humanos desconoce. Y que se refiere al entendimiento de la belleza de lo mínimo y de los máximos, de lo grande y de lo pequeño…Porque es ahí, en la tierna belleza de lo efímero donde se encuentra la delicada música de las Esferas, el radical concierto del Universo».

AMADO PULPO por JOSÉ ANTONIO SANTANO PARA DIARIO DE ALMERÍA
Pero además de un pulpo anormal, en el sentido de poseer habilidades y conocimientos inusuales en los cefalópodos, es también un pulpo que piensa, reflexivo desde el punto y hora que no deja de observar cuanto sucede a su alrededor para comprender mejor el mundo –los mundos- en que vive, extraer las conclusiones pertinentes y entender sus propias contradicciones y diferencias con el resto, por eso sentencia: «la diferencia es un motivo más de soledad entre los seres vivos». En otro orden de cosas es el mar –el agua- un elemento imprescindible en esta narración, lo es como trasunto de la vida, lugar donde desarrolla su aprendizaje el pulpo, pero también símbolo de lo desconocido, lo mágico o lo onírico.
 En esencia, el mundo animal como pretexto para la meditación de cuanto acontece al ser humano, sus ambiciones y sueños, en definitiva, la capacidad de discernir y pensar, algo tan alejado de la realidad puramente animal, y sin embargo, tan presente en esa búsqueda por la esencialidad de la vida, que se vale en parte del amor, en el caso de Antía («Descubrí, en la atracción por Antía, un portalón abierto a horizontes invisibles por amplios y lejanos»), y de la sexualidad en María («Sentí su estremecimiento.
El placer la consumía»). Con todo, López Barrios nos invita a reflexionar sobre dos universos tan disímiles y contradictorios como complementarios, desde el máximo respeto hacia el mundo animal y la convicción de que sólo hay «una estética posible y la única ética justificable eran las de la solidaridad con los seres vivos, con la propia existencia de la Madre Tierra». López Barrios nos convoca así a enamorarnos de la vida, con toda su carga de dolorosa realidad, sí, pero también a no renunciar jamás, en palabras del poeta, «al más viejo de nuestros sueños». Al margen de modas y tendencias literarias actuales, Francisco López Barrios ha sabido construir un personaje y un discurso narrativo inolvidables gracias a su prosa cristalina y brillante, a su ingenio, que lo hace merecedor de estar entre los principales escritores de la literatura española de nuestros días. 



Título: Amado pulpo
Autor: Francisco López Barrios
Editorial: Dauro  (Granada, 2017)                                                                              

LA VOZ AUSENTE DE JOSÉ ANTONIO SANTANO POR MANUEL GAHETE.

La voz ausente de Jose Antonio Santano.

Santano publica sus nuevos versos marcados por una reflexión profunda Manuel Gahete
 poesía
La voz ausente es un texto elegíaco que pasa a integrar el magnífico elenco de obras que nos ha legado la literatura española. Alfonso Berlanga nos recuerda que el libro se inscribe en la mejor tradición de la literatura mortuoria española, desde Jorge Manrique y el ramillete épico lírico de las Coplas a la muerte de su padre, la Elegía a Ramón Sijé de Hernández o el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca, hasta los ecos de Unamuno, Juan Ramón, Antonio Machado, Alberti, Prados o Leopoldo de Luis. Pero la obra de Santano es mucho más que una mera elegía, supone una reflexión íntima y profunda, que marca, con sincero cuño, la confrontación entre lo antiguo y lo moderno, la lucha de generaciones, un tema intemporal que sigue acuciándonos con singular virulencia. José Antonio convierte el tópico clásico en un argumento proactivo que inocula a la temática del siglo XXI este elemento básico en la conformación de la personalidad, trasladando la sensibilidad subjetiva a una visión palpitante en la que todos nos identificamos con más o menos intensidad. Como afirma José Luis Morante, «la poesía de José Antonio (...) está hecha con el lenguaje sobrio de la madurez».


Santano combina las formas estrictamente versales con la prosa poética que, desde Rubén Darío, pasando por Juan Ramón, Aleixandre o Cernuda, han seguido un gran número de poetas contemporáneos. Morante explica este ascenso por la capacidad discursiva de la prosa que la emparenta con el ensayo permitiendo una mayor carga conceptual «en detrimento del
sustrato emocional de las palabras».
El género epistolar, muy empleado en la prosa, adquiere singular protagonismo, imbricando lo público con lo privado. La carta constituye un proceso de revisión biográfica pero finalmente resulta una herramienta privilegiada de expansión sociocultural, convirtiendo la experiencia personal en  comunicación participada. La epístola deviene de una larga y sólida tradición en la cultura occidental: desde su origen en la antigüedad clásica griega y, fundamentalmente, romana con Cicerón, a la preceptiva epistolar medieval y la evolución del género con Erasmo de Rotterdam en los inicios del humanismo, movimiento del que bebe el de humanismo solidario, componente básico de la poesía de José Antonio, unido al otoño y el silencio, temas sobre los que se entiba, junto al amoroso, la creación poética del poeta cordobés. Desde la perspectiva del análisis del discurso, el género epistolar nos permite leer y reconstruir parcelas del pasado, más allá de la letra impresa, para descubrir un sistema ideológico que se manifiesta en el diálogo de ausencia pero vivamente fértil por su capacidad de revisarse y complejo en cuanto a su virtualidad de pensamiento. Santano vierte emociones reprimidas durante años para satisfacer el ansia rota de amar a un padre con el que cuesta respirar. No hay reglas fijas y, a veces, ni siquiera se ejercitan sobre situaciones reales, pero prima el silencio, o tal vez el orgullo y el temor de abrir nuevos abismos en un desolado yermo que no somos capaces de franquear.

No hay más que evocar ese breve y sentencioso poema que podría haber rubricado como un epígrafe el sello cerrado de un libro que golpea, de una verdad que hiere, de una emoción que traspasa el lenguaje para convertirse en piedra, en decálogo, en legado vívido de una realidad que nos conculca pero a la vez nos salva, de un extraño sortilegio que nos convierte en verdugos y en víctimas, de una vida que subvertimos porque somos incapaces de entender y perdonar, o llegamos a esta capitulación gozosa cuando ya es demasiado tarde para cambiarlo todo:«¡Éramos tan iguales y distintos/a
la vez! Nunca el tacto de tus de-dos/en los míos, tu voz de seda en los tímpanos (...) Confieso que te amé con amargura,/con miedo en la mirada y en los labios/con el dolor creciente de la ausencia

(...) Confieso que te odié luego de amarte». Y en la garganta cruje un grumo de angustia que ya no sabemos cómo desgranar, porque siempre es confuso y arriesgado enfrentarse al miedo de lo que pudo ser sin haber sido: «¡Sabes, Padre, podríamos haber/sido endiabladamente tan felices!». No sé si la poesía servirá para algo, como advertía Jean Cocteau, pero sin duda este libro nos enseñará a conocernos y reconocernos en la desnudez oscura de nuestra desolada humanidad.